Lo
contemporáneo del arte o el arte de lo contemporáneo
Después
de la muerte del arte y del fin de la historia, lo que aparentemente
queda es una especie de condición imposible para el arte actual: no
existe una dfinición posible para lo que este pueda ser, ni siquiera
hay un consenso sobre las características que diversas prácticas
puedan tener en común o cumplir para ser llamadas arte. Lo que queda
es precisamente eso: una serie de prácticas diversas que luchan
todas por ser consideradas como artísticas dentro de un sistema muy
bien estructurado que, a pesar de ello, no está estructurado a
partir de una cierta ontología o ideología específicas de lo que
el arte es; está estructurado a partir de los mismos criterios con
que está estructurado todo el ámbito sociopolítico y económico de
la cultura contemporánea: el mercado. Mucho se ha escrito en los
últimos años sobre el desarrollo de la economía de mercado y su
influencia en todas las áreas de la experiencia humana (por lo menos
en los países y lugares en donde lo global es una forzada realidad),
y el medio del arte no es la excepción. Desde las primeras décadas
del siglo XX, autores como Benjamin y Adorno mostraron cómo el capital ha
subsumido bajo su control todas las esferas de la producción humana,
tanto la propiamente económica como la producción simbólica de la
actividad artística y cultural. Esa es la crítica política que
Badiou hace a la obra artística contemporánea, la de operar
económicamente de la misma manera que cualquier mercancía. El arte
contemporáneo es la cultura del signo atravezada por el capital.
Otra
cuestión importante en la problemática de lo contemporáneo es lo
referente al tiempo: en el mejor de los casos se habla de una nueva
temporalidad, una temporalidad que se inaugura después del fin de la
historia y por lo tanto está fuera de la historia, de cualquier
historia. En el peor de los casos, se habla de múltiples
temporalidades que conviven dialécticamente en la actualidad, donde
la recuperación de modelos anteriores o pasados aún encuentra su
lugar junto a prácticas inéditas que inauguran y auguran nuevos
derroteros para el arte, de no ser porque aún ellas mismas no pueden
ocultar su moderna genealogía. De esta manera, lo contemporáneo
lucha por ubicarse en el tiempo más allá de la modernidad y la
posmodernidad y más acá de cualquier futurismo demasiado optimista
o escatológico. Lo contemporáneo es aquello que está en medio del
tiempo o, como ya se dijo, fuera del tiempo. Está fuera del tiempo
diacrónico que marcó la linealidad de la Historia; sería
heterocrónico como propone Nicolás Borriaud: una serie de
temporalidades que, en todo caso, inauguran una “nueva modernidad”, una “Alteromodernidad”. Salvo que, como apunta James Meyer, dicha
“otra modernidad” se da supuestamante como contrapunto a la
aceptación formal del pathos modernista
por lo nuevo que marca a la posmodernidad, como el olvido de ese
pathos y, sin embargo,
lo contemporáneo no es sino una repetición más de ese “sueño
modernista”, de esa ilusión de poder flotar nuevamente libre de
toda determinación histórica. Bourriaud no desdeña ese afán
modernista por lo nuevo, lo que desdeña es su nostalgia del mismo.
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