Ensamblando
pasado y presente
I.-
El arte conceptual como movimiento de liberación artística y Seth
Siegelaub como uno de sus principales líderes.
Se
puede decir que el arte conceptual surge en la década de 1960 como
oposición al arte institucionalizado de su tiempo, principalmente en
contra del ya muy comercializado expresionismo abstracto que se dio
en la pintura. Dicho movimiento tuvo como consignas u objetivos el
rechazar las nociones tradicionales del arte: el interés primordial
en las cuestiones técnicas de su producción, su evidente
materialidad u objetualidad, su expresividad y concepción estética
tradicional y la inevitable subordinación de la obra de arte a las
leyes del mercado.
El
arte conceptual plantea principalmente la noción de que todo arte es
o debe ser esencialmente conceptual, de que una idea es ya en sí
misma una obra de arte. Su genealogía y principal influencia se
remonta a la obra de Marcel Duchamp, aunque también toman del
minimalismo su simplicidad de medios, lo que llevó a algunos
artistas a reducir al mínimo la materialidad de la obra para llegar
a la mal llamada “desmaterialización” de la obra de arte. Sin
embargo, el arte más radicalmente conceptual rechaza del minimalismo
su adhesión a la herencia formal del modernismo. Otros antecedentes
enriquecen esta genealogía: Yves Klein, Piero Manzoni, Robert
Raushenberg, Christo y el grupo Fluxus entre otros.Asimismo, mucho
del arte conceptual es autoreferencial y autoconsciente, en tanto
tiene como tema principal al arte mismo. El arte debe cuestionar su
propia naturaleza, sus presupuestos y funciones noción que, según
Tony Godfrey en su libro Conceptual
art, el
artista Joseph Kosuth llevó al nivel de una definición del arte. Su
obra “One and three chairs” es prácticamente una ilustración de
dicha definición.
Dan
Graham, Sol LeWitt, Lawrence Weiner y el citado Kosuth son los
artistas que iniciaron y consolidaron esta tendencia artística
aunque, según Alexander Alberro en su libro Conceptual
art and the politics of publicity, el
galerista Seth Siegelaub tuvo mucho que ver en la construcción,
difusión y promoción del movimiento. Después de cerrar su galería
en la calle 56 de Manhattan, Seth comenzo a mostrar el trabajo de
Kosuth, Weiner y Douglas Huebler, utilizando para ello formatos
curatoriales experimentales en los que incluso desdeñaba los shows
en galerías en favor de la edición de publicaciones de las obras.
Entre 1968 y 1971 organizó 21 proyectos artísticos, siendo uno de
los más importantes el famoso Xerox
Book de
1968. Esta publicación, que si bien estuvo de alguna manera
inspirada en el concepto de la fotocopia, fue en realidad impresa en
offset, dado el alto coste de las copiadoras en aquel entonces. En el
libro participaron siete artistas- Carl Andre, Robert Barry, Huebler,
Kosuth, LeWitt, Robert Morris y Weiner, cada uno colabrorando con una
obra de 25 páginas. En diversas entrevistas posteriores a la época,
Siegelaub enfatiza el carácter altamente colaborativo del arte que
estaba produciéndose a finales de los 60, y comenta que “Este era
una arte muy colectivo...no es que yo tuviera estas grandes ideas que
me surgieran como por arte de magia, por mí mismo”. “Yo creo
que el arte puede incrementar nuestra conciencia del mundo que nos
rodea...el arte más interesante era aquel que planteaba preguntas,
aquel que se encontraba en el límite mismo de lo que puede ser
considerado arte. Par mí, esa era la definición de arte, no era el
tener una pintura colgando en la pared de tu casa.“
Según
Alberro, los testimonios comunes de la época tienden a privilegiar
la noción de que el arte conceptual buscó negar el carácter o
estátus comercial del arte pero falló en ello, lo cual es un mito.
Lucy Lippard, la principal crítica y defensora del arte conceptual
desde sus inicios, proclamó esta postura desde 1972, cuando ya se
lamentaba que el movimiento había capitulado rápidamente ante las
fuerzas del mercado y había logrado éxito comercial. Los artistas y
coleccionistas tuvieron que lidiar desde el principio con el problema
de cómo vender sus obras a los coleccionistas, pero nunca hubo un
momento en que no buscaran comercializar las obras. Para Siegelaub,
dice Alberro, la cuestión de cómo transferir la propiedad de una
obra al coleccionista (una obra que muchas veces ni siquiera era un
objeto de arte en el sentido convencional) había dejado de ser un
problema en 1970. Desde 1967 Siegelaub establecío una compañía
llamada Image dedicada a las relaciones públicas: En un “brochure”
de la empresa dirigido a los corporativos se lee: “Nos
especializamos en la organización y desarrollo de programas de
relaciones públicas que involucran a las bellas artes (fine arts)”.
La infusión de fondos corporativos fue un elemento fundamental en la
expansión del mercado del arte en la década de 1960, y muchos
coleccionistas “corporativos” mostraron su preferencia por el
arte contemporáneo. Las innovaciones y tendencias artísticas fueron
vistas como aliados simbólicos en sus iniciativas empresariales,
pues ofrecían a los patronos corporativos una imagen progresista y
un compromiso con las nuevas ideas. Siegelaub se propuso aprovechar
el enorme potencial del patronazgo corporativo, y su estrategia se
basó en enfatizar y delinear la legitimación del poder económico y
social que el patronazgo artístico procuraba a las grandes empresas,
independientemente del carácter crítico y político de las obras.
La tesis de Alberro es que Seth Siegelaub tuvo un rol fundamental en
la promoción de los artistas, en la organizacion y curaduría de
exposiciones, simposia y publicaciones tanto como en la visualizacion
y construcción del “embalaje” comercial (commercial packaging)
del arte conceptual.
II.
La crisis del arte contemporáneo: credibilidad y mercado en la
opinión de Seth Siegelaub
Es generalmente aceptado que gran
parte del sistema actual del arte, el llamado arte contemporáneo,
está determinado en buena medida por los intereses del capital
neoliberal que lleva al menos 40 años subsidiándolo. Las grandes
bienales internacionales tanto como las ferias de arte son espacios y
lugares de promoción comercial tanto como de difusión cultural o
intelectual. Incluso los museos se han convertido en franquicias
exitosas que funcionan como organizadores de grandes eventos
espectaculares, las famosas exposiciones “blockbuster” que
muestran tanto obras de artistas históricos como de las grandes
estrellas contemporáneas.
Justo
ahora que se acaba de inaugurar la 56 edición de la Bienal de
Venecia, curada por una de las más importantes figuras del arte
contemporáneo, el nigeriano Okwui Enwezor, la polémica sobre la
pertinencia comercial del arte postconceptual sigue vigente en
nuestros días. El crítico de arte del New York Times, Benjamin
Genocchio, comenta en Artnet News que, si bien esta es posiblemente
la bienal más rigurosamente curada que él ha visitado en los
últimos 20 años “[...] la exposición arroja dudas sobre la
relevancia del arte que trata de promover. Todos sabemos que el
mercado es una fuerza en la producción del arte contemporáneo, por
lo que ignorar las implicaciones de este hecho en el arte parece poco
útil e inocente.” La lectura por Issac Julien de los cuatro
volúmenes de El
capital
de Marx en un escenario costruido exprofeso en el pabellón italiano
por el artista-arquitecto David Adjaye, le parece a Genocchio un
“tonto” truco político que raya en lo kitsch, dado que el texto
de Marx tiene muy poca relación con el arte o la vida de hoy en día,
o con un evento artístico elitista como lo es la Bienal de Venecia.
Para el crítico australiano, el debate sobre la fetichización del
objeto como mercancía encontrado en las páginas de El
Capital
ha terminado, pues la nueva mercancía en nuestra época es la
información, y la pregunta que importa es cómo tazarla y
comercializarla. El objeto mismo tiene menos valor e identidad hoy en
día, lo importante es el evento, especielmente para el arte.
Por
otro lado y en el mismo tenor, el crítico inglés del Artreview, JJ
Charlesworth, escribe que a pesar de todas las diversas cuestiones de
identidad nacional, historia y política que preocupan a la bienal y
sus eventos colaterales; que a pesar de la interminable lectura de la
obra de Marx como pieza central en la curaduría de Enwezor, nadie
quiere realmente cuestionar el porqué a las élites del arte
internacional les agrada tanto reunirse en Venecia cada dos años, y
preguntar por la verdadera función que la bienal cumple. Más allá
de las posturas políticas, lo que esta bienal representa para el
crítico es la incapacidad para admitir que uno es parte de un
sistema que es el problema y no la solución.
El
problema que yo veo entonces es esa necesidad (y necedad) de echarle
en cara todos los problemas que causa, al sistema que permite y
patrocina ese mismo reproche. Yo en lo personal nunca tuve conflicto
para promocionar y vender productos que tenían como objetivo el
cuestionar los fundamentos mismos del sistema político-cultural que
gustosamente los recibió y celebró. El problema hoy en día, por lo
menos con los intentos de denuncia más críticos, directos y
realistas como es el caso de Okwui Enwezor, es el creer que la
denuncia va a funcionar por llevarla al cabo desde las entrañas
mismas del sistema que permite la denuncia. Es el mismo problema que
tienen el arte político y la crítica institucional que surgieron en
los días en que yo comenzaba a promover estas nuevas tendencias del
arte. La única diferencia entre el entonces y el ahora es que en
aquellos días el medio del arte no había sido totalmente absorbido
por el capital neoliberal como sucede hoy en día. Precisamente mi
labor fue la de interesar a los grandes capitales en un tipo de arte
que se distanciaba de los valores del objeto artístico tradicional,
en favor de un tipo de arte que cuestionaba los sustentos mismos que
daban valor a esos objetos tradicionales. Y tuve a mi favor el que en
aquel entonces aún no eran transparentes los mecanismos ideológicos
detrás de la publicidad y el marketing, mismos que yo aproveché
para vender estos “objetos críticos” a los grandes corporativos.
Este mecanismo es el mismo que ayudó a formar el sistema
mercadotécnico que ahora rige al sistema del arte, donde la obra de
arte es en la mayoría de los casos tan sólo el empaque vacío que
debería contenerla. El problema es que dicho mecanismo es ahora tan
transparente que se ha vuelto de nuevo invisible, porque ya nadie lo
ve o nadie lo quiere ver, tal como le sucedió al traje nuevo del
emperador. Eso es lo que denuncian Genocchio y Charlesworth, que
quienes están inmersos en el sistema del arte no se dan cuenta, o no
quieren darse cuenta, de que son parte del mismo sistema que
denuncian, y que tal denuncia es tan sólo un subproducto de ese
sistema que se autorregula y controla así aquellas fuerzas que
supuestamente se le oponen. Es tan sólo una administración de la
diferencia, una diferencia que está considerada desde dentro del
sistema como una leve anomalía del mismo, que no representa un
problema real y no puede, por lo tanto, ser su solución. Es como la
mascota que muerde (suavemente) la mano que le da de comer.
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